lunes, 28 de abril de 2008

Futuros

He tenido problemas ultimamente con el futuro, pues reina una improvisación total a todo nivel. Ejemplos:
Hoy en la tarde: Quizás vaya a buscar un regalo que tengo que ir a buscar o vea a mi polola, o estudie, o siga perdiendo el tiempo como en este día perdido.
Mañana: No se si ir a clases o no, no se si estudiar o mejor hacerme el weón.
Fin de semana: Pensaba ir a Curicó, pero ya no estoy seguro.
Este mes: No hay planes todavía, voy a estar de cumpleaños y no sé si celebrarme o no.
Vacaciones de invierno: Ni idea
El verano: Idem
Próximo año: estoy entre, trabajar de abogado, hacer la tesis de derecho, hacer la tesis de filosofía, hacer la practica de derecho, irme a australia o algún otro pais.
Años después: No he logrado decidir si quiero trabajar de abogado, buscar una beca para estudiar derecho, o filosofía, o filosofía del derecho, no hacer nada de eso, sino irme a otro país a trabajar, juntar plata y comprar un bar en Brasil, irme al sur a colonizar, hacerme político.

He pensado en alternativas de solución. Una sería olvidarme de los futuros lejanos y concentrarme en los cercanos, y en ellos decidir con cara y sello. Si el destino existe entonces la moneda será mágicamente guiada. El problema es que hay cosas que necesitan tiempo, por ejemplo, postular a una beca en Europa. Entonces se hace medio dificil confiar en la monedita porque solo decide respecto a lo inmediato.
Pensé también en ir a una bruja o adivina, y que me diga lo que tengo que hacer, pero no sé si realmente me va a decir algo importante o cháchare new age indeterminada, para que me sienta identificado.

Bueno, es todo, me voy a.... bueno, no se, ahi veo

martes, 1 de abril de 2008

Ciegos

Experiencias que he tenido con ciegos en el último tiempo:

Caminé desde la micro al metro con un ciego la otra vez. Tuve que decirle donde había un poste y cuando comenzaba la escalera. Él era joven, agil y resuelto. Habló poco. Lo dejé en una cola de las boleterías del metro; me dí media vuelta y seguí, el me dijo gracias con un tono desganado, como asumiendo que haberlo ayudado era una responsabilidad, como detenerse en la luz roja. Quizás tenía razón.

Verano, micro por vespucio hacia el norte, taco absoluto. Un viejo ciego, de unos 80 años intenta subirse con un carro con escobas de paja y palo. Dos hombres lo ayudan: uno se encarga de él y el otro de las escobas. Yo solamente observo mientras él sube y se sienta ayudado por uno de los hombres, el otro sostiene las escobas. El viejo empieza a conversar con su compañero de asiento:
- Hace calor -exclama el viejo
- Si -responde el otro
- Hay que irse a la costa, allí está más fresco
- Pero se necesita plata
- Es cierto -declara el viejo- nada se hace sin plata
Luego de algunos minutos el ciego le dice a su compañero de asiento que le avise cuando lleguen a Candelaria Goyenechea, porque él se baja allí. Cuando le avisan, el viejo intenta bajarse, yo lo ayudo en esa tarea y me bajo también, otro hombre hace lo propio con las escobas. Luego el viejo toma su carrito y comienza a arrastrarlo por la calle. En el acto me dice: déjeme aquí no más. Acá trabajo siempre yo. Le digo que bueno, mientras observo sus ojos completamente blancos, y me alejo. Dos horas después vuelvo a pasar por esa esquina. Allí estaba el viejo, gritando Escobas!escobas! Nadie lo escuchaba, nadie quería escucharlo. Pensé en saludarlo pero me arrepantí. No he vuelto a verlo desde ese entonces