lunes, 12 de mayo de 2008

De los suicidas


¿En que piensa el suicida en el segundo preciso antes de jalar el gatillo? ¿Estará simplemente poseído por un impulso tanático arrollador, que excluye cualquier posibilidad de pensamiento? ¿ O llenará su cabeza acaso, de imágenes queridas, de recuerdos de pasajeras felicidades en una vida sombría?

¿Cómo se decide un suicida? ¿Lo hace fraguando día a día sus ansias de quitarse la vida, como un vaso que poco o poco se llena de agua hasta ser rebasado? ¿O lo hace de manera impulsiva, alimentado sí por el fuego de su pesadumbre constante, pero determinándose de manera súbita, pues sabe que si lo piensa mucho no lo hace, como un clavadista en su primera vez en los riscos de Acapulco?

¿Sabe en la mañana el suicida, que por la noche estará muerto? Si es así ¿Se lava los dientes? ¿Hace su cama? ¿Toma una ducha? ¿Hojea el periódico por la mañana? ¿Y que hace durante el día señalado? ¿Se entrega por completo a su ofuscación y pesadumbrez, cerrando las cortinas de su habitación y durmiendo despierto? ¿O quizás se entregue al hedonismo desenfrenado: comida, sexo, alcohol y drogas?

¿Y que hay del impulso vital? ¿Cómo lo contrarresta? Pues es indudable que racionales somos pero también animales, y de esa naturaleza primitiva surgen a veces instintos, parientes pobres de la razón que hemos querido reprimir como el triste recuerdo de tiempos en los que andábamos por los árboles. Y el instinto de seguir viviendo es el más arrollador de todos. ¿Acaso el suicida engaña para eso a su propio cuerpo, intentando olvidar que la contracción de los músculos frontales de su dedo índice acarrearán su indefectible muerte?

¿Y que hay de lo que sigue? ¿Como se enfrenta el suicida a esa incertidumbre no saber que es lo que le espera? Porque para quien muere por causas naturales, tal incertidumbre es al menos llevada en andas por la facticidad de que simplemente no hay nada que hacer al respecto. Para el suicida sin embargo, lo que viene después del gatillo es la pura incertidumbre, y en estricto rigor hay tres opciones: una, que venga algo mejor, lo que avala su opción de suicidarse y le da la razón en su determinación. Dos, que venga algo peor, creencia que de estar presente, debiese detener la acción misma. Tres, que venga la nada misma. Creo que el suicida sólo puede creer que va a salir por la puerta número uno. La dos se descarta de plano puesto que nadie desea algo peor, y la tres me parece la más desconcertante de todas. ¿Puede uno irse a la nada? ¿Cómo sería eso posible? Por último ¿de ser de verdad creído por el suicida, como lidia con aquello? A mí no me es siquiera posible pensar en la nada, y no creo que un tipo con un revólver en su sien esté en mejor posición.

2 comentarios:

María Jesús dijo...

Me encantó, pero no puedo evitar hacer un comentario súper estúpido... ¿comida, sexo, alcohol y drogas? ¿Es es tu prioridad?

Macuca dijo...

Yo creo que los siucidas se arrepienten en el instante que sigue a apretar el gatillo o saltar al vacío.
Siempre lo he pensado.