Occidente tiene tres fuentes. Tres almas que juegan dentro de cada individuo, dentro de cada sociedad. Estas tres almas corresponden a diferentes maneras de ver el mundo y la razón de ser del hombre en él, y nacen en tres ciudades y en momentos distintos: Jerusalén, Atenas y Roma.
A Jerusalén le debemos el sentido de la trascendencia. La vida no es más que una preparación para la eternidad, y de tus obras en ella, dependerá tu destino en el más allá. Surge así una ley de Dios, expresada en los diez mandamientos, que debe ser cumplida para obtener una recompensa después de la muerte. La visión de la vida según Jerusalén, es la de una con el temor a Dios y a su ley, una vida para alejarse del pecado, y llegar a ser felices después de la muerte.
En Grecia no había libro sagrado ni casta sacerdotal. Los dioses eran muchos, pecadores, e iban y venían según su popularidad en las distintas ciudades. Por lo mismo, en Atenas la gente tenía libertad de cuestionarse las cosas, de hacerse las grandes preguntas sobre el mundo, porque las respuestas no estaban dadas de antemano en ningún libro sagrado. A Atenas le debemos por lo tanto, la visión de la vida como búsqueda de la verdad, una búsqueda que es un fin en sí mismo. Es así como nace la filosofía, pero también la ciencia que busca la verdad en lo empírico. Pero también se busca la verdad en Atenas a través de la belleza. Así nace la escultura como imitación de lo bello del cuerpo, y el teatro que evoca los sentimientos verdaderos. Así, de Atenas hemos heredado la visión de la vida como aquel lugar donde hemos de buscar lo bello y lo verdadero.
Por último, el alma práctica de occidente nace en Roma. Nada de trascendencia ni búsqueda de la belleza por sí misma. Lo que necesita el hombre es civilización. Agua fresca de los acueductos, vías por las que desplazarse rápidamente y fomentar el comercio, villas con muchos esclavos para hacer la vida más fácil. En última instancia, el hombre necesita un Estado fuerte y poderoso, que lo defienda de los ataques del exterior y le permita alcanzar su prosperidad. ¿Religión? Sí, pero la religión del Estado, aquello que nos hace más civilizados y mejores. ¿Arte? Sí, pero como una forma de dar a entender lo magnífico del emperador y de nuestros dioses, lo grande de nustra civilización frente a la barbarie. Por eso en Roma nacen los Estados como los conocemos. El Estado aegura paz y seguridad, lo que asegura comercio y dinero, y en última instancia prosperidad y felicidad.
La historia de occidente, se perfila así como la historia de estas tres almas. Nunca alcanzan el equilibrio, siempre hay una que se toma el poder y opaca a las otras, o se aseguran de gobernar juntas dejando a la tercera relegada. Eso sí, inexorablemente, el alma de occidente que es relegada, volverá cíclicamente a tomar su lugar.
El juego comienza luego de la caída del imperio Romano, de la caída de Roma. Los bárbaros asolan Europa, el comercio muere, los caminos son abandonados. Ya no hay seguridad para buscar la prosperidad, ya no hay tranquilidad para buscar la verdad y la belleza. Todo se desmorona y sólo se puede sobrevivir, confiando en la divinidad y la trascendencia, pues este mundo es frágil, pero el de más allá es eterno. Es por eso que la caída de Roma propicia el surgimiento de Jerusalén. Nacen los monasterios, lugares para olvidarse de este mundo prescindible y focalizarse en lo eterno. La iglesia pasa así a ser suma autoridad, menifestación única de Dios en la tierra. La sabiduría se va a vivir a los monsterios, algo del alma de Atenas que sobrevive allí, aunque siempre bajo las órdenes de Jerusalén. Hay en esta época algunos intentos de revivir a Roma aliada con Jerusalén (hay uno que se llama Sacro Imperio Romano Germánico, queda clara la alianza) pero en definitiva será el alma de la ley de Dios la dueña y señora de esa época.
La baja edad media marca un cambio. Los venecianos, florentinos, genoveses, acuden al renacimiento del comercio. Surge la burguesía, que es manifestación de Roma y su prosperidad. El dinero y el lujo van relegando a Jerusalén, parece que Roma va a triunfar pero... es Atenas lo que renace. Por lo mismo se llama a esta época el renacimiento. La verdad, la belleza, eso buscan Miguel Ángel y Leonardo. La belleza se busca en sí misma , aunque se esculpa al rey David y se pinte la última cena, eso sólo son motivos. Se busca la verdad por sí misma. Galileo, por su parte fragua la rebelión. Es el poder de Atenas le dice a Jerusalén: No! es la tierra la que se mueve alrededor del sol. La verdad está sobre la trascendencia. Es el primer triunfo sobre Jerusalén, que además se divide y desmorona con la reforma.
Pero Roma también quiere le suyo. Se alía con lo que queda de Jerusalén (aunque ésta ya no será la misma, es ahora sólo la comparsa)y nacen los Absolutismos. Dios le ha dado el poder al rey, y él gobierna sobre sus súbditos. Roma renace con fuerza y la divinidad solo apoya el poder de los reyes. El verdadero rey es el rey Sol en Versailles, aunque se rodee de cruces. El estado y la riqueza, para honrar a Dios. He ahí el sentido de todo.
En Francia, sin embargo, se gesta una nueva revolución, que nos acompañará hasta nuestros días. Libertad, Igualdad, Fraternidad: Atenas! Atenas! Atenas! ¡muerte a Jerusalén y Roma! que nazca el hombre libre del ágora. La ilusión, sin embargo es sólo momentánea. Sin Roma Atenas no sobrevive, y a la revolución sobreviene el Imperio de Napoleón. Es Roma la que regresa y no Atenas, aunque su alianza ya no es con Jerusalén como en los absolutismos, la alianza es con la Atenas de la verdad y la belleza, con la Atenas de la ciencia.
El siglo XX no es más que manifestación de aquello. Atenas trabaja para Roma, la ciencia para la tecnología, el dinero y la prosperidad. Jersusalén que va cayendo en el olvido y solo se piensa en dinero y felicidad terrenal. El Estado que nos asegura prosperidad, y la ciencia que va detrás mejorándonos la vida. La utopía de la felicidad absoluta sin requerir a Jerusalén se toma el mundo. Stalin y Hitler. Capitalismo y Marxismo, no son más que una misma Roma.
Pero las almas de occidente se turnan el poder. Y ya se vislumbra que la útopia Romana se cae a pedazos. Atenas se siente oprimida y vejada. La búsqueda de la verdad se transformó en ciencia, luego en tecnología y finalmente en búsqueda del confort. Comodidad fría de incipiente de edificos de cristal y aires acondicionados. El golpe es pragmático, la supremacía de Roma puede destruír al mundo. Atenas ya no quiere más ser utilizada por ese dictador, ¡la belleza la belleza! ¡la verdad, la verdad! es el grito de Atenas que quiere desgarrar a Roma. Por su parte Jerusalén que yace olvidada, que parece estar solo esperando una nueva caída de Roma, como en la edad media, para volver a ser poderosa.
viernes, 31 de octubre de 2008
martes, 28 de octubre de 2008
¿Qué es la Ética? Parte 1
Advertencia previa: Hay una visión de la filosofía que se manifiesta cada vez que le digo a alguien lo que estudio. Dicha visión podemos resumirla en pocas afirmaciones: La filosofía no sirve para nada. La filosofía es oscura y enredada. La filosofía es para gente que anda pensando cosas alejadas de la realidad.
Para rebatir esas afirmaciones, estoy escribiendo lecciones de filosofía amenas, sencillas, pero no por eso no relevantes o profundas. Acá va la primera lección:
¿Qué es la ética?
Si hiciésemos una encuesta en el Paseo Ahumada preguntando, no una definición, pero al menos ciertos conceptos relacionados con ésta palabra, de seguro se diría moral, bien y mal, deber. Quizás algún informado podría decirnos felicidad y paremos de contar.
Lo que haremos a continuación será una pequeña navegación a través de las palabras. De un significado iremos pasando al otro y, sin quererlo llegaremos a puerto y veremos si la gente del Paseo Ahumada está o no en lo correcto. Las palabras son más mágicas de lo que pensamos, nosotros las utilizamos livianamente, sin saber lo que ellas ocultan y lo que son capaces de mostrarnos si les ponemos un poco de atención. Pero esto último, el lector lo irá descubriendo en la navegación misma, por lo que no es necesario ahondar más en el punto.
La primera palabra de nuestro viaje, nuestro Puerto de Palos es justamente ética. ¿Cuál es su origen? La palabra ética es la forma española de una antigua palabra griega: éthôs. Si yo hiciera un viaje a Grecia hoy, y le preguntara a cualquier persona lo que esto significa, me diría carácter, o algo similar. Y bien, lo que debemos saber entonces es qué es el carácter y el sentido común nos dará esa llave. Si preguntáramos nuevamente en el paseo Ahumada qué significa carácter. Creo que la respuesta más común sería forma de ser. Debemos poner atención a esta última expresión. ¿Qué significa que alguien tenga una forma de ser? Bueno, nos dice en realidad dos cosas: primero, que una persona es, segundo que es de una determinada manera. Seguramente a alguno de los lectores esto le parecerá extraño, pues resulta que la primera observación que hemos hecho, pareciera ser demasiado elemental para siquiera mencionarse. El hecho de que algo sea, es demasiado obvio y básico para ser tomado en cuenta. Por ahora simplemente daremos por correcto la primera afirmación que se ha hecho respecto a la forma de ser, pero que quede claro que esta especie de cristal transparente que es justamente el que las cosas sean, debe ser analizado en profundidad en otra ocasión, puesto que es un aspecto central de la filosofía. Vamos entonces simplemente a dejar sentado el primer punto y nos avocaremos de lleno al segundo.
¿Qué significa que alguien sea de una determinada forma? Veámoslo más claramente mediante ejemplos: ¿Qué formas de ser conocemos? Pues bien, alguna gente es alegre, otros son tristes, los hay tolerantes e intolerantes, pesados o simpáticos, sensibles o insensibles, pacientes e impacientes, etc. Lo primero de lo que nos damos cuenta, es que al parecer, las formas de ser se presentan como binomios, vale decir en parejas opuestas. Ése es un tema relevante pero no por ahora, lo que quiero que pensemos es qué hace a alguien ser pesado, o simpático o cualquier otra forma de ser. Vale decir, ¿en virtud de qué cosa podemos afirmar que alguien cae en una calificación determinada? ¿Por qué decimos que Juan es pesado? ¿Que Pedro es tímido? ¿Que Alberto es intolerante? Luego de pensarlo un poco, nos daremos cuenta de que podemos decir estas cosas en virtud de actos que esas personas realizan. Tomemos aquí a las palabras también como actos (son actos del habla), y nos damos cuanta que sólo mediante actos sabemos algo de las personas que nos rodean. No tenemos idea (salvo gente con poderes especiales si es que los hay) de lo que las personas piensan, sólo podemos percibir lo que se hace. Así, una persona tendrá una forma de ser, en virtud de ciertos actos asociados a esa forma de ser.
Ahora bien ¿acaso todos los actos que una persona realiza le otorgarán una forma de ser? O más bien, ¿debemos distinguir entre ciertos actos que lo hacen y otros que no? La respuesta debe necesariamente ser la segunda, y el asunto quedará aclarado mediante el siguiente ejemplo: Supongamos que hay una persona que es hombre de familia, que tiene una muy buena relación con esposa e hijos, que es apreciado por gran cantidad de amigos, vecinos e incluso por su suegra. Un día su auto se echa a perder, lo que lo hace llegar tarde al trabajo, al llegar su jefe lo despide, mientras vuelve a su casa un auto le salpica barro y mancha su ropa, luego un perro lo muerde y finalmente llega a su casa y le responde de muy mala manera a su señora al saludarlo. En el ejemplo que hemos graficado ¿podríamos decir que esa persona, en virtud del acto de contestar mal, es impaciente o intolerante? Todos contestaríamos negativamente. Ahora bien, la pregunta es ¿por qué? Quizás porque las circunstancias que le rodean, de alguna manera lo “justifican” para reaccionar de esa manera. Creo, sin embargo que las circunstancias no son el asunto central. Porque si hubiese alguien que fuera en extremo violento, pero estuviera constantemente en relación con la violencia por ejemplo, al interior de su familia, esto no obstaría a que le llamásemos violento de igual manera. En consecuencia lo que hace la diferencia entre los actos, para que algunos de ellos “atribuyan” formas de ser, o sean capaces de poner letreros en la espalda de las personas es el hecho de repetirse en el tiempo o no.
Los actos que repetimos constantemente en nuestras vidas, han sido llamados hábitos. Y podemos decir que existen dos tipos de hábitos: los hábitos buenos y los hábitos malos. En filosofía y en la vida cotidiana también se le conocen como vicios y virtudes. Un hábito es, como decíamos, una acción que una persona realiza de manera constante y repetitiva en el tiempo, tales actos son los que le atribuyen formas de ser, o que modelan lo que llamamos carácter. Así, si yo tengo el hábito de tratar bien a la gente, se podrá decir que mi carácter es amable, y si por el contrario yo no trato bien a la gente, el ser grosero puede ser parte de mi carácter.
El hecho de que yo tenga un carácter específico, determina mi accionar, aunque no de forma absoluta. Esto es así porque como todos sabemos, quien tiene un hábito se encuentra más inclinado a persistir en él que a abandonarlo. Así, si yo no como mariscos, lo más probable es que siga sin comer mariscos, y esto se da principalmente porque tengo una costumbre. Ahora bien, alguien podría argumentar que lo que ocurre en ese ejemplo no es que yo no coma mariscos porque no estoy acostumbrado a hacerlo, sino que derechamente los mariscos no me gustan. Tal argumento es interesante, puesto que nos pone a pensar qué es lo que hace que algo me guste o no, y esa pregunta, es medular en la ética.
Pero antes de responderla podemos cambiar el ejemplo de los mariscos, para aclarar un poco las cosas: Supongamos que yo he crecido en una familia violenta y mal constituida. Eso me va a inclinar definitivamente a ser una persona violenta y poco virtuosa. Pero ¿ocurre acaso que yo no tengo alternativa alguna? Si así fuese, los delincuentes no serían jamás culpables –como por lo demás planteaba una corriente de pensamiento a principios del siglo XX- la sociedad, por lo tanto, no podría meter presa a la gente que actúa mal porque ellos no son de forma alguna los culpables, si no sus circunstancias. Pensemos también en conductas morales: nadie se encontraría en el derecho de reprocharle a otro su conducta, ni siquiera un cura o tu abuela, puesto que no tenemos libertad de elegir lo que hacemos, sino que somos siempre arrastrados por las circunstancias.
En esa postura consiste el “determinismo”. Personalmente creo, que por las razones expresadas anteriormente y otras que no vale la pena mencionar, la postura determinista es extremista y poco adecuada, porque niega la libertad. Que es un elemento central de la ética. Sobre ese concepto y lo que podamos decir de él, seguiremos hablando en la siguiente lección
Para rebatir esas afirmaciones, estoy escribiendo lecciones de filosofía amenas, sencillas, pero no por eso no relevantes o profundas. Acá va la primera lección:
¿Qué es la ética?
Si hiciésemos una encuesta en el Paseo Ahumada preguntando, no una definición, pero al menos ciertos conceptos relacionados con ésta palabra, de seguro se diría moral, bien y mal, deber. Quizás algún informado podría decirnos felicidad y paremos de contar.
Lo que haremos a continuación será una pequeña navegación a través de las palabras. De un significado iremos pasando al otro y, sin quererlo llegaremos a puerto y veremos si la gente del Paseo Ahumada está o no en lo correcto. Las palabras son más mágicas de lo que pensamos, nosotros las utilizamos livianamente, sin saber lo que ellas ocultan y lo que son capaces de mostrarnos si les ponemos un poco de atención. Pero esto último, el lector lo irá descubriendo en la navegación misma, por lo que no es necesario ahondar más en el punto.
La primera palabra de nuestro viaje, nuestro Puerto de Palos es justamente ética. ¿Cuál es su origen? La palabra ética es la forma española de una antigua palabra griega: éthôs. Si yo hiciera un viaje a Grecia hoy, y le preguntara a cualquier persona lo que esto significa, me diría carácter, o algo similar. Y bien, lo que debemos saber entonces es qué es el carácter y el sentido común nos dará esa llave. Si preguntáramos nuevamente en el paseo Ahumada qué significa carácter. Creo que la respuesta más común sería forma de ser. Debemos poner atención a esta última expresión. ¿Qué significa que alguien tenga una forma de ser? Bueno, nos dice en realidad dos cosas: primero, que una persona es, segundo que es de una determinada manera. Seguramente a alguno de los lectores esto le parecerá extraño, pues resulta que la primera observación que hemos hecho, pareciera ser demasiado elemental para siquiera mencionarse. El hecho de que algo sea, es demasiado obvio y básico para ser tomado en cuenta. Por ahora simplemente daremos por correcto la primera afirmación que se ha hecho respecto a la forma de ser, pero que quede claro que esta especie de cristal transparente que es justamente el que las cosas sean, debe ser analizado en profundidad en otra ocasión, puesto que es un aspecto central de la filosofía. Vamos entonces simplemente a dejar sentado el primer punto y nos avocaremos de lleno al segundo.
¿Qué significa que alguien sea de una determinada forma? Veámoslo más claramente mediante ejemplos: ¿Qué formas de ser conocemos? Pues bien, alguna gente es alegre, otros son tristes, los hay tolerantes e intolerantes, pesados o simpáticos, sensibles o insensibles, pacientes e impacientes, etc. Lo primero de lo que nos damos cuenta, es que al parecer, las formas de ser se presentan como binomios, vale decir en parejas opuestas. Ése es un tema relevante pero no por ahora, lo que quiero que pensemos es qué hace a alguien ser pesado, o simpático o cualquier otra forma de ser. Vale decir, ¿en virtud de qué cosa podemos afirmar que alguien cae en una calificación determinada? ¿Por qué decimos que Juan es pesado? ¿Que Pedro es tímido? ¿Que Alberto es intolerante? Luego de pensarlo un poco, nos daremos cuenta de que podemos decir estas cosas en virtud de actos que esas personas realizan. Tomemos aquí a las palabras también como actos (son actos del habla), y nos damos cuanta que sólo mediante actos sabemos algo de las personas que nos rodean. No tenemos idea (salvo gente con poderes especiales si es que los hay) de lo que las personas piensan, sólo podemos percibir lo que se hace. Así, una persona tendrá una forma de ser, en virtud de ciertos actos asociados a esa forma de ser.
Ahora bien ¿acaso todos los actos que una persona realiza le otorgarán una forma de ser? O más bien, ¿debemos distinguir entre ciertos actos que lo hacen y otros que no? La respuesta debe necesariamente ser la segunda, y el asunto quedará aclarado mediante el siguiente ejemplo: Supongamos que hay una persona que es hombre de familia, que tiene una muy buena relación con esposa e hijos, que es apreciado por gran cantidad de amigos, vecinos e incluso por su suegra. Un día su auto se echa a perder, lo que lo hace llegar tarde al trabajo, al llegar su jefe lo despide, mientras vuelve a su casa un auto le salpica barro y mancha su ropa, luego un perro lo muerde y finalmente llega a su casa y le responde de muy mala manera a su señora al saludarlo. En el ejemplo que hemos graficado ¿podríamos decir que esa persona, en virtud del acto de contestar mal, es impaciente o intolerante? Todos contestaríamos negativamente. Ahora bien, la pregunta es ¿por qué? Quizás porque las circunstancias que le rodean, de alguna manera lo “justifican” para reaccionar de esa manera. Creo, sin embargo que las circunstancias no son el asunto central. Porque si hubiese alguien que fuera en extremo violento, pero estuviera constantemente en relación con la violencia por ejemplo, al interior de su familia, esto no obstaría a que le llamásemos violento de igual manera. En consecuencia lo que hace la diferencia entre los actos, para que algunos de ellos “atribuyan” formas de ser, o sean capaces de poner letreros en la espalda de las personas es el hecho de repetirse en el tiempo o no.
Los actos que repetimos constantemente en nuestras vidas, han sido llamados hábitos. Y podemos decir que existen dos tipos de hábitos: los hábitos buenos y los hábitos malos. En filosofía y en la vida cotidiana también se le conocen como vicios y virtudes. Un hábito es, como decíamos, una acción que una persona realiza de manera constante y repetitiva en el tiempo, tales actos son los que le atribuyen formas de ser, o que modelan lo que llamamos carácter. Así, si yo tengo el hábito de tratar bien a la gente, se podrá decir que mi carácter es amable, y si por el contrario yo no trato bien a la gente, el ser grosero puede ser parte de mi carácter.
El hecho de que yo tenga un carácter específico, determina mi accionar, aunque no de forma absoluta. Esto es así porque como todos sabemos, quien tiene un hábito se encuentra más inclinado a persistir en él que a abandonarlo. Así, si yo no como mariscos, lo más probable es que siga sin comer mariscos, y esto se da principalmente porque tengo una costumbre. Ahora bien, alguien podría argumentar que lo que ocurre en ese ejemplo no es que yo no coma mariscos porque no estoy acostumbrado a hacerlo, sino que derechamente los mariscos no me gustan. Tal argumento es interesante, puesto que nos pone a pensar qué es lo que hace que algo me guste o no, y esa pregunta, es medular en la ética.
Pero antes de responderla podemos cambiar el ejemplo de los mariscos, para aclarar un poco las cosas: Supongamos que yo he crecido en una familia violenta y mal constituida. Eso me va a inclinar definitivamente a ser una persona violenta y poco virtuosa. Pero ¿ocurre acaso que yo no tengo alternativa alguna? Si así fuese, los delincuentes no serían jamás culpables –como por lo demás planteaba una corriente de pensamiento a principios del siglo XX- la sociedad, por lo tanto, no podría meter presa a la gente que actúa mal porque ellos no son de forma alguna los culpables, si no sus circunstancias. Pensemos también en conductas morales: nadie se encontraría en el derecho de reprocharle a otro su conducta, ni siquiera un cura o tu abuela, puesto que no tenemos libertad de elegir lo que hacemos, sino que somos siempre arrastrados por las circunstancias.
En esa postura consiste el “determinismo”. Personalmente creo, que por las razones expresadas anteriormente y otras que no vale la pena mencionar, la postura determinista es extremista y poco adecuada, porque niega la libertad. Que es un elemento central de la ética. Sobre ese concepto y lo que podamos decir de él, seguiremos hablando en la siguiente lección
viernes, 24 de octubre de 2008
Mujer Barbuda
martes, 21 de octubre de 2008
La vida según Da Vinci
La vida es un horizonte abierto. Sobretodo cuando se es joven y no hay que preocuparse de cuidar hijos ni atender responsabilidades mayores, y considerando también que lo que queda por delante es (en teoría) mucho más que lo que se ha avanzado. Pero el problema de los horizontes abiertos es que si se usan, se cierran. Así, de nada sirve contemplar las infinitas posibilidades existentes si no se elige una. La elección, implica sobretodo una renuncia a aquello que no se eligió. El problema es entonces que para utilizar el horizonte abierto, necesariamente debe irse cerrando el mismo.
Para algunas personas ésta problemática no es tal. Son los estúpidos y los arrebatados por la pasión. Los primeros, porque ni siquiera se dan cuenta de las opciones que se les van cerrando, se dejan llevar apaciblemente por lo que les deparen las circunstancias sin notar que lo que ya se eligió se hace perpetuo y definitivo (porque el volver a rehacer algo implica que ese algo ya se hizo antes, y esto es perpetuo). Es la dicha del estúpido que no se da cuenta que el tiempo va jalando con cada segundo el deadline. Debo reconocer que a veces envidio a los estúpidos, justamente por esa dicha que tienen de no darse cuenta de lo que están haciendo. Esa envidia se termina sin embargo, cuando pienso en un estúpido en su lecho de muerte, mirando retrospectivamente su inútil y poco aprovechada vida.
Las otras personas a quienes no les importa cerrar su horizonte, son los arrebatados por la pasión. Ellos están tan focalizados en realizar aquello que les apasiona, que no les importa ir cerrando sus posibilidades, porque están convencidos de estar eligiendo la mejor de ellas. Reconozco una tremenda envidia por este tipo de personas, por el futbolista promesa, el que quiere ser cantante, o tener mucho dinero, o tocar el violín con maestría y en fin, por todos aquellos alienados del dilema propuesto, por una pasión que les arrebata. Creo sin embargo, que jamás llegaré a ser una de estas personas, simplemente porque no he encontrado tal pasión alienante y he llegado a pensar que simplemente no existe alguna para mí.
Ante el problema que se ha planteado, las garras de Sartre se afilan y regocijan al ver que tienen una nueva víctima. En mi caso, éstas vinieron en hace mucho en su versión latinoamericana “Rayuela”, pero el efecto es el mismo. Se ve como única solución posible la contemplación de lo inevitable, el recogimiento del alma que se resiste a utilizar su horizonte, aunque bien sabe que aquello de nada le sirve y sólo le angustia más. La inacción pasa entonces a ser bandera de lucha, y lo único importante es a fin de cuentas, tener conciencia de cada segundo que se pierde en el olvido y nos acerca a la muerte.
Poco a poco, he ido saliendo de ese círculo agobiante. El paradigma que hoy me llama, es el de Da Vinci. Lo quiero todo, odio el discurso de que la especificidad es lo más importante hoy en día. Yo simplemente quiero ser un salpicón, uno que poco apriete porque todo lo abarque. Quiero ser deportista, quiero ser intelectual, quiero ver “rojo” y “la belleza del pensar”, leer a Platón, a John Grisham, a Dan Brown, a Kafka, a Dotsoievsky, a Parra, incluso a Paulo Cohelo. Quiero aprender a amar la música clásica sin dejar de lado el hip-hop, el rock de los ‘90 y el reggeton, quiero tener sentido social y consumirme a veces en mi egoísmo, quiero amar el futbol y el rugby, ver ESPN y Fox Sports por tardes enteras. En otras ocasiones ver Discovery, History Channel o National Geographic, quiero ser un abogado exitoso con buen auto, quiero ser filósofo sin auto, trabajar en París de barrendero, conocer China, ir a un Resort todo incluido en Cancún, correr desnudo por una calle de Nueva York, rezar en la India. Quiero ver todas las películas de Kubric y alegrarme sin culpa por el final feliz de una comedia romántica. Quiero ser feliz y desdichado, tener un perro, aprender a apreciar a los gatos, hacer surf, jugar póker, ser bombero, lanzarme en paracaídas, recogerme a leer y escribir por años. Lo quiero todo, quiero ser Leonardo.
Para algunas personas ésta problemática no es tal. Son los estúpidos y los arrebatados por la pasión. Los primeros, porque ni siquiera se dan cuenta de las opciones que se les van cerrando, se dejan llevar apaciblemente por lo que les deparen las circunstancias sin notar que lo que ya se eligió se hace perpetuo y definitivo (porque el volver a rehacer algo implica que ese algo ya se hizo antes, y esto es perpetuo). Es la dicha del estúpido que no se da cuenta que el tiempo va jalando con cada segundo el deadline. Debo reconocer que a veces envidio a los estúpidos, justamente por esa dicha que tienen de no darse cuenta de lo que están haciendo. Esa envidia se termina sin embargo, cuando pienso en un estúpido en su lecho de muerte, mirando retrospectivamente su inútil y poco aprovechada vida.
Las otras personas a quienes no les importa cerrar su horizonte, son los arrebatados por la pasión. Ellos están tan focalizados en realizar aquello que les apasiona, que no les importa ir cerrando sus posibilidades, porque están convencidos de estar eligiendo la mejor de ellas. Reconozco una tremenda envidia por este tipo de personas, por el futbolista promesa, el que quiere ser cantante, o tener mucho dinero, o tocar el violín con maestría y en fin, por todos aquellos alienados del dilema propuesto, por una pasión que les arrebata. Creo sin embargo, que jamás llegaré a ser una de estas personas, simplemente porque no he encontrado tal pasión alienante y he llegado a pensar que simplemente no existe alguna para mí.
Ante el problema que se ha planteado, las garras de Sartre se afilan y regocijan al ver que tienen una nueva víctima. En mi caso, éstas vinieron en hace mucho en su versión latinoamericana “Rayuela”, pero el efecto es el mismo. Se ve como única solución posible la contemplación de lo inevitable, el recogimiento del alma que se resiste a utilizar su horizonte, aunque bien sabe que aquello de nada le sirve y sólo le angustia más. La inacción pasa entonces a ser bandera de lucha, y lo único importante es a fin de cuentas, tener conciencia de cada segundo que se pierde en el olvido y nos acerca a la muerte.
Poco a poco, he ido saliendo de ese círculo agobiante. El paradigma que hoy me llama, es el de Da Vinci. Lo quiero todo, odio el discurso de que la especificidad es lo más importante hoy en día. Yo simplemente quiero ser un salpicón, uno que poco apriete porque todo lo abarque. Quiero ser deportista, quiero ser intelectual, quiero ver “rojo” y “la belleza del pensar”, leer a Platón, a John Grisham, a Dan Brown, a Kafka, a Dotsoievsky, a Parra, incluso a Paulo Cohelo. Quiero aprender a amar la música clásica sin dejar de lado el hip-hop, el rock de los ‘90 y el reggeton, quiero tener sentido social y consumirme a veces en mi egoísmo, quiero amar el futbol y el rugby, ver ESPN y Fox Sports por tardes enteras. En otras ocasiones ver Discovery, History Channel o National Geographic, quiero ser un abogado exitoso con buen auto, quiero ser filósofo sin auto, trabajar en París de barrendero, conocer China, ir a un Resort todo incluido en Cancún, correr desnudo por una calle de Nueva York, rezar en la India. Quiero ver todas las películas de Kubric y alegrarme sin culpa por el final feliz de una comedia romántica. Quiero ser feliz y desdichado, tener un perro, aprender a apreciar a los gatos, hacer surf, jugar póker, ser bombero, lanzarme en paracaídas, recogerme a leer y escribir por años. Lo quiero todo, quiero ser Leonardo.
lunes, 20 de octubre de 2008
Ensayo sobre la ceguera
Se viene el estreno de "La ceguera" del buen director Brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios es una de mis películas favoritas) A propósito de ello voy a hablar del libro en el que se basa: "Ensayo sobre la ceguera" del portugués y nóbel de literatura 1998 José Saramago.
La novela la leí hace 3 o 4 años, pero no importa que haya pasado tanto tiempo porque los buenos libros no se olvidan y éste es de los buenos. La premisa del libro es muy simple: Una enfermedad terrible deja a la gente de un país ciega, y esa enfermedad se propaga como una epidemia tan rápida como un resfrío cualquiera.
En base a aquello, el libro se desarrolla entonces como un "que pasaría si..." la gente va quedando ciega y los internan para evitar la propagación de la enfermedad, y de ahí en más todo es supervivencia. Los personajes son sencillamente superados por una trama que los envuelve y zamarrea, son pequeños botes a remos en medio de la tempestad, hombres que deben adaptarse a perder aquello que antes se tenía sin siquiera saberlo.
El mérito del libro está -para mí- justamente en esa relación entre personajes y sucesos. A fin de cuentas "Ensayo..." nos enseña un mundo diametralmente opuesto a la maquinita sicológica y dominadora de Dostoievski. El hombre no es hacedor de su destino ni superhombre ni ser que decide racionalmente. El hombre es uno más de los sucesos, y su animalidad (tan vilipendiada por los afanes de la razón) no ha decaído ni ha retrocedido un centímetro desde los cro-magnon. El libro nos muestra que a fin de cuentas seguimos siendo más animales de lo que pensamos, buscando cómo sobrevivir y respondiéndo a nustros estímulos básicos: el hambre y el sexo, la protección de los cercanos y el impulso de vivir a toda costa.
Esperemos que la película le haga el peso a esta fascinante novela.
La novela la leí hace 3 o 4 años, pero no importa que haya pasado tanto tiempo porque los buenos libros no se olvidan y éste es de los buenos. La premisa del libro es muy simple: Una enfermedad terrible deja a la gente de un país ciega, y esa enfermedad se propaga como una epidemia tan rápida como un resfrío cualquiera.
En base a aquello, el libro se desarrolla entonces como un "que pasaría si..." la gente va quedando ciega y los internan para evitar la propagación de la enfermedad, y de ahí en más todo es supervivencia. Los personajes son sencillamente superados por una trama que los envuelve y zamarrea, son pequeños botes a remos en medio de la tempestad, hombres que deben adaptarse a perder aquello que antes se tenía sin siquiera saberlo.
El mérito del libro está -para mí- justamente en esa relación entre personajes y sucesos. A fin de cuentas "Ensayo..." nos enseña un mundo diametralmente opuesto a la maquinita sicológica y dominadora de Dostoievski. El hombre no es hacedor de su destino ni superhombre ni ser que decide racionalmente. El hombre es uno más de los sucesos, y su animalidad (tan vilipendiada por los afanes de la razón) no ha decaído ni ha retrocedido un centímetro desde los cro-magnon. El libro nos muestra que a fin de cuentas seguimos siendo más animales de lo que pensamos, buscando cómo sobrevivir y respondiéndo a nustros estímulos básicos: el hambre y el sexo, la protección de los cercanos y el impulso de vivir a toda costa.
Esperemos que la película le haga el peso a esta fascinante novela.
Blaise Pascal (1623-1662)
Pocas mentes han sido tan privilegiadas por la naturaleza como la de Blaise Pascal, y pocas veces el reconocimiento a un genio de su talla ha sido tan exiguo.
La vida de Pascal es una chispa de genialidad. Por una parte, su cuerpo lo hizo sufrir cada día desde los 18 años hasta el día mismo de su muerte, por culpa de una gangrena intestinal (¿Habrá algún patrón o relación entre cuerpos sufrientes y mentes brillantes? Nietszche y Dostoievski son dos ejemplos más). Pero su mente no conocía límite alguno.
Cuando era pequeño -su padre que era aristócrata e interesado por la ciencia- creó un plan de estudios para el pequeño Blaise, reservando las matemáticas para cuando cumpliera 15 años. Pero el pequeño Blaise no aguantó y fue encontrado de 12 años trazando triángulos en el piso de la cocina, y descubriendo por sí solo los teoremas de euclides. Ahí comenzó su pasión por la matemática, que lo llevaría a escribir a los 16 un famoso tratado de las secciones cónicas (no sé lo que será eso pero suena dificil) Luego, a los 17 o 18 se le atribuye a Pascal, la creación de la primera máquina de calcular, aparato que era capaz de desarrollar las cuatro operaciones básicas y se considera el primer antecedente de la computación actual. Luego se avocoó a la física, y desarrolló las leyes de la presión del aire que se utilizan hasta ahora (la medida de presión del aire es actualmente el Pascal). También desarrolla una de las primeras teorías de la probabilidad, que se ponría muy en boga en la filosofía de la ciencia de fines del siglo XX.
Pero la ciencia no contentaba a Blaise Pascal. Sentía que el saber científico era progreso carente de alma. Era necesario dirigirse a la filosofía, y buscar respuestas en una vida de incertidumbres. Comienza así la etapa intelectual de Pascal.
Por fin, un día, Pascal tiene una revelación divina, regala sus bienes, vive de errante y en conventos y escribe sus pensamientos. y cartas provinciales (consideradas la obra precursora de toda la prosa francesa que se alejaba lentamente del latín) Muere en 1662 aquejado de los dolores que lo perturbaron toda una vida.
A continuación presento fragmentos que hablan de la genialidad de Pascal, a quien he querido hacer este humilde homenaje. Su obra filosófica es desordenada y fragmentaria, puro impulso, pura chispa de genialidad. Las siguientes frases fueron elegidas por mí (nada de buscar citas chantamente) de Pensamientos. Cada letra rebosa en genialdad, juzgue usted mismo:
La vida de Pascal es una chispa de genialidad. Por una parte, su cuerpo lo hizo sufrir cada día desde los 18 años hasta el día mismo de su muerte, por culpa de una gangrena intestinal (¿Habrá algún patrón o relación entre cuerpos sufrientes y mentes brillantes? Nietszche y Dostoievski son dos ejemplos más). Pero su mente no conocía límite alguno.
Cuando era pequeño -su padre que era aristócrata e interesado por la ciencia- creó un plan de estudios para el pequeño Blaise, reservando las matemáticas para cuando cumpliera 15 años. Pero el pequeño Blaise no aguantó y fue encontrado de 12 años trazando triángulos en el piso de la cocina, y descubriendo por sí solo los teoremas de euclides. Ahí comenzó su pasión por la matemática, que lo llevaría a escribir a los 16 un famoso tratado de las secciones cónicas (no sé lo que será eso pero suena dificil) Luego, a los 17 o 18 se le atribuye a Pascal, la creación de la primera máquina de calcular, aparato que era capaz de desarrollar las cuatro operaciones básicas y se considera el primer antecedente de la computación actual. Luego se avocoó a la física, y desarrolló las leyes de la presión del aire que se utilizan hasta ahora (la medida de presión del aire es actualmente el Pascal). También desarrolla una de las primeras teorías de la probabilidad, que se ponría muy en boga en la filosofía de la ciencia de fines del siglo XX.
Pero la ciencia no contentaba a Blaise Pascal. Sentía que el saber científico era progreso carente de alma. Era necesario dirigirse a la filosofía, y buscar respuestas en una vida de incertidumbres. Comienza así la etapa intelectual de Pascal.
Por fin, un día, Pascal tiene una revelación divina, regala sus bienes, vive de errante y en conventos y escribe sus pensamientos. y cartas provinciales (consideradas la obra precursora de toda la prosa francesa que se alejaba lentamente del latín) Muere en 1662 aquejado de los dolores que lo perturbaron toda una vida.
A continuación presento fragmentos que hablan de la genialidad de Pascal, a quien he querido hacer este humilde homenaje. Su obra filosófica es desordenada y fragmentaria, puro impulso, pura chispa de genialidad. Las siguientes frases fueron elegidas por mí (nada de buscar citas chantamente) de Pensamientos. Cada letra rebosa en genialdad, juzgue usted mismo:
- Mofarse de la filosofía es verdaderamente filosofar (nota: díganselo a Wittgestein)
- Pensamiento escapado, yo quisiera escribirlo. Escribo en lugar de ello que se me ha escapado
- Y si los médicos no tuvierasn sotanas y mulas, y los doctores bonetes cuadrados y togas demasiado amplias de cuatro partes, nunca hubieran engañado al mundo.
- El tiempo cura los dolores y las querellas, porque se cambia, no se es la misma persona. Ni el ofensor ni el ofendido son los mismos (nota: Ya lo decía Heráclito y su río)
- Cada uno es todo para si mismo, porque muerto él, todo ha muerto para él. Y de ahí viene que cada uno crea ser todo de todos.
- Lo que me sorprende más es ver que nadie se sorprenda de su debilidad. Se obra seriamente , y cada uno sigue su condición, no porque sea bueno, en efecto, el seguirla, sino porque es moda; pero como si cada uno supiera ciertamente dónde está la razón y la justicia.
- Feliz quien puede, de nada admirarse.
- Diversión: No habiendo podido los hombres remediar la muerte, la miseria, la ignorancia, han imaginado, para volverse dichosos, no pensar en ello.
- Corremos descuidados hacia el precipicio, después que hemos puesto delante de nosotros alguna cosa para impedirnos verlo.
jueves, 9 de octubre de 2008
viernes, 3 de octubre de 2008
Primer Cómic del equipo

Saludos
jueves, 2 de octubre de 2008
Me mando a cambiar
Me mando a cambiar de la ciudad
no soporto más la gente de prisa
obligaciones enfermizas,
autos, edificios alcantarillas.
No quiero más suspender la vida
para más adelante,
cuando pase esta tarea
o esta otra entretención.
No quiero ser uno más,
no quiero ser nadie más
que yo mismo.
No más circos de dinero circulando
ni luces de neón,
no más de hacer lo que parece que hay que hacer,
no mas medios de incomunicación
ni soledades de multitud.
Nunca más el tedio de ver una y otra vez
la gota cayendo en la gotera.
¡Vámonos al olvido, a la vida vivida, a la muerte si se cruza!
no soporto más la gente de prisa
obligaciones enfermizas,
autos, edificios alcantarillas.
No quiero más suspender la vida
para más adelante,
cuando pase esta tarea
o esta otra entretención.
No quiero ser uno más,
no quiero ser nadie más
que yo mismo.
No más circos de dinero circulando
ni luces de neón,
no más de hacer lo que parece que hay que hacer,
no mas medios de incomunicación
ni soledades de multitud.
Nunca más el tedio de ver una y otra vez
la gota cayendo en la gotera.
¡Vámonos al olvido, a la vida vivida, a la muerte si se cruza!
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