martes, 21 de octubre de 2008

La vida según Da Vinci

La vida es un horizonte abierto. Sobretodo cuando se es joven y no hay que preocuparse de cuidar hijos ni atender responsabilidades mayores, y considerando también que lo que queda por delante es (en teoría) mucho más que lo que se ha avanzado. Pero el problema de los horizontes abiertos es que si se usan, se cierran. Así, de nada sirve contemplar las infinitas posibilidades existentes si no se elige una. La elección, implica sobretodo una renuncia a aquello que no se eligió. El problema es entonces que para utilizar el horizonte abierto, necesariamente debe irse cerrando el mismo.
Para algunas personas ésta problemática no es tal. Son los estúpidos y los arrebatados por la pasión. Los primeros, porque ni siquiera se dan cuenta de las opciones que se les van cerrando, se dejan llevar apaciblemente por lo que les deparen las circunstancias sin notar que lo que ya se eligió se hace perpetuo y definitivo (porque el volver a rehacer algo implica que ese algo ya se hizo antes, y esto es perpetuo). Es la dicha del estúpido que no se da cuenta que el tiempo va jalando con cada segundo el deadline. Debo reconocer que a veces envidio a los estúpidos, justamente por esa dicha que tienen de no darse cuenta de lo que están haciendo. Esa envidia se termina sin embargo, cuando pienso en un estúpido en su lecho de muerte, mirando retrospectivamente su inútil y poco aprovechada vida.
Las otras personas a quienes no les importa cerrar su horizonte, son los arrebatados por la pasión. Ellos están tan focalizados en realizar aquello que les apasiona, que no les importa ir cerrando sus posibilidades, porque están convencidos de estar eligiendo la mejor de ellas. Reconozco una tremenda envidia por este tipo de personas, por el futbolista promesa, el que quiere ser cantante, o tener mucho dinero, o tocar el violín con maestría y en fin, por todos aquellos alienados del dilema propuesto, por una pasión que les arrebata. Creo sin embargo, que jamás llegaré a ser una de estas personas, simplemente porque no he encontrado tal pasión alienante y he llegado a pensar que simplemente no existe alguna para mí.
Ante el problema que se ha planteado, las garras de Sartre se afilan y regocijan al ver que tienen una nueva víctima. En mi caso, éstas vinieron en hace mucho en su versión latinoamericana “Rayuela”, pero el efecto es el mismo. Se ve como única solución posible la contemplación de lo inevitable, el recogimiento del alma que se resiste a utilizar su horizonte, aunque bien sabe que aquello de nada le sirve y sólo le angustia más. La inacción pasa entonces a ser bandera de lucha, y lo único importante es a fin de cuentas, tener conciencia de cada segundo que se pierde en el olvido y nos acerca a la muerte.
Poco a poco, he ido saliendo de ese círculo agobiante. El paradigma que hoy me llama, es el de Da Vinci. Lo quiero todo, odio el discurso de que la especificidad es lo más importante hoy en día. Yo simplemente quiero ser un salpicón, uno que poco apriete porque todo lo abarque. Quiero ser deportista, quiero ser intelectual, quiero ver “rojo” y “la belleza del pensar”, leer a Platón, a John Grisham, a Dan Brown, a Kafka, a Dotsoievsky, a Parra, incluso a Paulo Cohelo. Quiero aprender a amar la música clásica sin dejar de lado el hip-hop, el rock de los ‘90 y el reggeton, quiero tener sentido social y consumirme a veces en mi egoísmo, quiero amar el futbol y el rugby, ver ESPN y Fox Sports por tardes enteras. En otras ocasiones ver Discovery, History Channel o National Geographic, quiero ser un abogado exitoso con buen auto, quiero ser filósofo sin auto, trabajar en París de barrendero, conocer China, ir a un Resort todo incluido en Cancún, correr desnudo por una calle de Nueva York, rezar en la India. Quiero ver todas las películas de Kubric y alegrarme sin culpa por el final feliz de una comedia romántica. Quiero ser feliz y desdichado, tener un perro, aprender a apreciar a los gatos, hacer surf, jugar póker, ser bombero, lanzarme en paracaídas, recogerme a leer y escribir por años. Lo quiero todo, quiero ser Leonardo.

2 comentarios:

Felipe Cáceres dijo...

EL DUQUE
En las mañana el duque se despierta, toma desayuno, come bien...muy bien. Ojalá jugo, leche y galletas; dulces, saladas o neutras según el sazón del día anterior. Luego escribe, lee o va a sus clases si es que su agenda así lo tiene estipulado.

Tipo una de la tarde hora en la que para a comer nuevamente, prende la tele y ve algo que permita cocinar y estar atento a la caja magica. Los canales entre el 22 y el 26 son sus favoritos.

Mas tarde, producto de su esencia provinciana es que se toma una siesta en el sillón que da a la ventana de su guarida. Con Sol, viento o aroma a humedad es que el Duque duerme hasta que su nervio vago dice basta.

Ahí en la mitad de todo es cuando retoma lo que había iniciado en la mañana. Sus convicciones no las transa. Por algo es Duque, el título nadie se lo regaló, así que vuelve a escribir, vuelve a leer, vuelve a crear como el dice.

Pasa la tarde, se le va el sol y se acuerda de su gente. Usa el teléfono, a su comitiva que lo rodea o simplemente abusa del messenger. Los invita a tertuliar...sale a tertuliar, con pelota sin pelota, entre cubiertos o con el candor de lo que huela en la botella.

Vestido de seda el duque términa su día. Así por un año, por dos años y tres años o hasta que este Duque diga lo contrario.

...la Vida del Duque

Macuca dijo...

Da Castro
se de todo... y yo te acompaño...